- de la Revista la Esfera de 3 Junio 1916
- 'La Evacuación de Heridos'
- de Aurelio Matilla
Horas Trágicas
dibujo de Fortunino Matania
Sedimentos dolorosos de la tenaz pelea son los convoyes de heridos, cuya melódica evacuación de los campos de batalla constituye uno de los más difíciles y urgentes problemas á cargo del cuerpo de Sanidad Militar. En la línea de fuego puede utilizar el herido, si no lo es de gravedad, la cura individual que al efecto lleva en la bolsa, saco-morral ó mochila, y aun puede tener el inmediato auxilio de los enfermeros regimentales encargados de prestar los primeros cuidados y de transportar á los heridos al cercano puesto de socorro, al que llegan por su pie los que no necesitan para el transporte ajena ayuda.
En estos puestos se practican en realidad las curas de urgencia, y en camilla ó en coche sanitario son llevados á las ambulancias, donde se realizan las curas y muy rara vez grandes operaciones quirúrgicas, imprescindibles para la vida del herido.
Luego, clasificados según la índole de sus heridas, sentados, de pie ó acostados, en coche-automóvil son llevados al hospital de evacuación, alejado de la línea de fuego y en lugar donde haya estación ferroviaria; transcurrido el tiempo prudencial para este nuevo traslado, los trenes sanitarios conducen los heridos, solícitamente atendidos por médicos y enfermeros, á los hospitales militares del territorio ó á uno de los numerosos hospitales auxiliares que improvisó la beneficencia patriótica en todos los pueblos beligerantes.
En tiempo de guerra todo tren ordinario lleva en Francia cuatro vagones reservados para las diarias evacuaciones de enfermos y heridos. Hay además cinco trenes sanitarios con capacidad de transporte de 256 heridos acostados, de una duración de carga de dos horas y media y una velocidad de marcha de 40 kilómetros por hora.
Los trenes sanitarios improvisados con aparatos Bry-Ameline ó Bréchot-Desprez- Ameline, son cuatro por hospital de evacuación. Cada uno se compone de 40 vagones, de ellos 55 para los heridos y siete para el personal médico y los servicios. Cada vagón lleva 12 heridos acostados, ó sea 396 por tren.
Dura, por término medio, el transporte cinco horas, y dos el embarque; estos trenes tienen velocidad comprendida entre 24 y 50 kilómetros por hora.
Los enfermos y heridos que pueden viajar sentados se transportan en trenes ordinarios con carruajes de 1a y 2a clase. Estos trenes viajan solamente de día, y si es preciso continuar el viaje, se detiene el convoy durante la noche en localidades importantes, cuyo comandante militar procura á los heridos alimentación y alojamiento. A veces en estas localidades de tránsito continuo se disponen enfermerías en los mismos locales de la eslación para el reposo de los enfermos y heridos en la noche de estancia.
La capacidad de estos trenes es para 1.500 heridos sentados; el tiempo de duración del embarque una hora, y la velocidad de marcha del convoy de 30 á 50 kilómetros por hora.
Un tren sanitario lleva para el cuidado de los heridos un médico jefe y otro auxiliar, un farmacéutico, un oficial de administración, dos oficiales enfermeros, tres cabos y 39 sanitarios.
Los heridos en la cabeza que no deben viajar demasiado tiempo, quedan en ciertas estaciones del trayecto para su nueva curación.
En los finales de la etapa, damas de la Cruz Roja atienden solícitas, con cristiana y patriótica caridad, á los soldados que el plomo enemigo dejara fuera de combate. Con las consiguientes precauciones son transportados los heridos al hospital, acondicionando las camillas en los coches Lohner. He aquí cómo describe un enfermero inglés la entrada de los nuevos heridos en las ambulancias del campo de batalla antes de ser evacuados á un hospital.
«Todo el mundo está en su puesto; á un recién llegado se le tiende sobre la mesa de operaciones. Mientras que los ayudantes del mayor preparan los instrumentos y descubren la herida, un «escribiente» se aproxima al soldado, busca su medalla de identidad, le interroga sobre su regimiento, su compañía, su grado, y anota todo ésto en el «carnet de entradas». Después, cuando el pobre muchacho queda limpio y curado y se le envuelve en tela blanca, otro scribouillard, como le llaman los soldados, le cuelga del pecho una ficha de diagnóstico que regulará el medio de evacuarle.
«Enseguida dos hombres despliegan una camilla y le colocan con todo el cuidado. Y en estas salas, así llenas poco á poco, uno clasifica las armas y municiones de los que han ingresado, otro distribuye las raciones, un tercero les da de beber, mientras que arrodillado cerca de los heridos, hay alguien que escribe una carta, seca de lágrimas, pero llena de esperanzas...»
¡Caridad, cristiana caridad, que aminoras los dolores de los hombres que riegan con su sangre generosa y brava el suelo que defienden con heroísmo!
Aurelio Matilla