de la revista ‘La Esfera’ no. 53 de 1915
'Los Niños en la Guerra'
de Federico Romero
 
Pequeños Patriotas

 

La historia de la guerra europea ha manchado sus páginas con sangre inocente. En los relatos que nos llegan en confusión, de vez en vez, salta una noticia más dolorosa en el fondo de crueldad que caracteriza la contienda. Los niños mueren ametrallados y, en ocasiones, cubiertos de gloria. La muerte de un pequeñuelo sorprendido por el bombardeo en el rincón más lóbrego de su morada, donde quiso ocultarse de las balas con previsión inocente, apenas tiene el valor de un accidente casual. La caída de los que sucumben en pleno combate, empuñando un arma, es ya un caso de responsabilidad etica para los pueblos, es un grave pecado de tolerancia. Los niños son instintivamente más inclinados al heroísmo del guerrero que al sacrificio del asceta. Entre Bayardo y Francisco de Asís, su simpatía se dirige al caballero de la leyenda antes que al santo de las llagas. En las escuelas, acaso porque la tutela del maestro no vá más lejos de la explicación sistemática, fría como la de un autómata, los niños envidian al más valiente y desdeñan al más bueno. ¿Qué extraño que en la guerra, viendo á los hombres conquistando laureles, traten los chicos de imitarlos? Pero los hombres cumplen una misión histórica, vinculada en ellos Dor la tradición, en tanto que los niños no van á la guerra sino por la funesta seducción de lo que tiene de teatral ó por un desenfreno de su instinto; porque la fiera encadenada ha despertado prematuramente. ¿Se puede creer en el valor sereno, en la'conciencia del deber, en la idea déla Patria, en el concepto del sacrificio de un muchacho de catorce años? No A estas manifestaciones de un alma de niño debemos llamarlas impulso animal, emulación, ansia de ser hombre ó de parecerlo siquiera. Los pueblos cultos no tienen derecho á jugar con la inconsciencia de las nuevas generaciones.

A nosotros, Fernando Colín, recogido por el 92 de territoriales franceses y agregado á sus filas de combatientes; Carlos Schanteten, cadete belga arrancado por su espíritu aventurero de la escuela militar; Luis Grilly, voluntario de las milicias francesas, herido en la trinchera, cazado más bien; Cristian de Janchay, alistado en un cuerpo de góumiers, porque su edad escasa le veda figurar en los regimientos de la metrópoli, muy lejos de parecemos ejemplos que imitar se nos antojan casos vivos de aberración, cuyo castigo corresponde al gobierno que de esa manera cruel los lleva al sacrificio inútilmente. Ninguno de ellos ha cumplido quince años. Habrán ido á la guerra por curiosidad y acabarán por amarla, como aman el peligro los temperamentos meridionales. El día de mañana volverán á sus lares predicando á los jóvenes camaradas, relatando hazañas propias y ajenas, y haciendo prosélitos para la causa de la guerra, cuando todas la filosofías la execran más y más. Y las generaciones futuras seguirán obrando con el corazón, como si no tuvieran cerebro.

Y esto sucede en Francia, cuyos soldados veteranos dieron poco ha un alto ejemplo de civismo, en un episodio que vale la pena de ser recordado. Luchaban encarnizadamente franceses y germanos en las cercanías de Iprés, atrincherados en zanjas unos y otros como en una espera de caza mayor. Amenguado el fuego de los alemanes, al cabo de muchas horas de cambiar balazos, los veteranos franceses que guarnecían la trinchera de vanguardia salieron de sus parapetos avanzando, á pecho descubierto, sobre el reducto enemigo. Ya llegaron á verse cerca y, dispuestos á fusilar á los supervivientes contrarios, aquellos viejos soldados de la reserva, que sin duda dejaron hijos al cuidado de manos piadosas, notaron que se las habían con una tropa de adolescentes, muchos de los cuales yacían muertos.

Y los veteranos, más juiciosos, mejor nacidos que los directores de la recluta, rodearon al enemigo joven para llevarlo con vida á lugar seguro. Acababan de ofrecer un sentido homenaje á la cultura del porvenir, por que los prisioneros, de quince á dieciocho años, eran estudiantes de Colonia llamados á hacer Patria por un destino más noble que esta fatalidad cruel que engendró la guerra. Quizá entre los caídos se malograron hondos pensadores, geniales poetas, hábiles ingenieros, médicos, maestros, hombres de inteligencia cultivada, más útiles á la Humanidad con sus obras nonnatas, que dando la vida en una lucha bárbara. ¡Quién sabe si alguno de ellos, tan privilegiado, habría educado al mundo para que la fraternidad de los pueblos no volviera á romperse!

La guerra es un motor potentísimo de educación; pero de sus enseñanzas sin cauce, sin guía y sin método, debemos huir con horror. Acertarían los estadistas europeos llevando á los niños alrededor de la guerra, no á su fondo; retirándoles su papel de actores para que sólo sean observadores ahora y voceros mañana de lo que sus ojos vieran. Los adolescentes, detrás de los ejércitos, practicarían el sublime heroísmo de la caridad, alentarían al luchador cansado y nuevamente enardecido con la esperanza puesta en la generación que le sigue y, en la hora de la paz, que ya va tardando, enseñarían á los pueblos futuros á odiar la guerra, por que la habrían visto descarnada y asquerosa, en sus miserias y sus horrores, sin alharacas, sin la teatralidad y el relumbrón con que la vieron esos pequeños soldados de la inconsciencia que quisieron hacerse patriotas.

Federico Romero

 

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